La verdad me re colgué con la escritura en Substack. Al principio todo fue emoción y entusiasmo por encontrar una red social que proponía encontrarnos desde otro lugar, habilitar otro tipo de conversaciones. Después me vi entrando a scrollear a ver si pispeaba algo que me interesara y empecé a hacerme preguntas: ¿otra red social? ¿quiero? ¿tengo disponibilidad? ¿es otra maniobra evasiva?
En el medio la vida. El uso que hacemos del tiempo, la disponibilidad energética que tenemos o no para exponernos al momento de escribir y que otros nos lean.
Los primeros días en que todo fue entusiasmo, hice una encuesta en Instagram y les pregunté a mis contactos sobre qué les interesaba más que escribiera si sobre “la conversación” o sobre “la ternura”. Ganó, por muy poquito el tópico de la conversación. Así que despojándome un poco los vicios neuróticos de mi cabeza, ensayaré algunas cositas al respecto.
Pero, intento abordar un tópico y me cruzo con el otro. Así que voy a empezar con una digresión para ver si puedo ordenar mis ideas en el transcurso de la escritura.
Cuando me dije “voy a escribir una novela con todo esto que me pasó”, nunca pero nunca imaginé que lo que iba a aparecer era ternura.
Recuerdos, hechos, memorias que en mi registro aparecían como borders, hostiles, picantes, de pronto, con esa voz que había decidido aparecer, eran dulces, tiernos.
Era como si la adulta que soy hoy, hubiera cedido el control a la niña que fui y, entre las dos, en tiempo presente, nos permitiéramos re armar esa historia, tejer una nueva conversación y no ese recuerdo del dolor anquilosado.
Esa voz habla de nuestra propia historia, pero construye una nueva narrativa sobre el presente. Porque la propia historia, también, ¡no! , sobre todo, es una historia colectiva.
¿A qué voy con todo esto?
En tiempos de scrolleo donde nuestros dedos van en automático a la app que más consumimos, sin que opere el deseo consciente de abrirla, pienso si es posible re entrenar nuestra subjetividad ¡y nuestros dedos! como permitimos un día que entrara Instagram, Facebook y el falso reino de felicidonia más careta que la realeza, a nuestras vidas para entristecernos MAL.
¿En épocas de algoritmos con sesgos confirmatorios estamos dispuestos a entrenar la curiosidad? ¿Estamos dispuestos a despojarnos de nuestras verdades y dejar que alguien nos cambie la posición?
¿Estamos dispuestos al encuentro? ¿Y a la conversación? ¿Y a escuchar más que a decir? ¿Y al silencio?
En un mundo en que nos comió la distopía y la utopía - no como horizonte romántico, si no como pulsión de vida y futuro, instinto de supervivencia-, desapareció del radar de lo posible, pienso que necesita entrar el juego, lo lúdico en escena, para ensayar otras maneras de acercarnos a los otros.
Despojados de las ideas que supimos tener. Despojados de cómo nos contamos la propia historia.
Hecha esta gran digresión, pretendo venir más a interrogarnos que a arrojar certezas. Aunque la pregunta es siempre el primer orificio por el que entrará la luz - o la sombra, ¡elijan su propia aventura!-.
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